"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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27-05-2016 |
Francia hacia la huelga general
Guillermo Almeyra
Hoy hacen 87 días que en París y en las principales ciudades de Francia cientos de miles de manifestantes autoconvocados –anteayer, 400 000- ocupan de noche calles y plazas para discutir qué hacer.Ese movimiento Nuit Debout (Noche de Pie) comienza a confluir con los sindicatos no sólo porque en la parisina Place de la République habló el secretario de la CGT prometiendo extender el movimiento sino también porque lentamente crece el porcentaje de obreros (llega ahora al 20 por ciento) en esa plaza y, sobre todo, porque las huelgas obreras pasan a primer plano.
Los días 25 y el 26 estuvieron paradas todas las refinerías de combustibles de Francia, más de un décimo de las gasolinerías (estaciones de servicio), estarán en huelga los puertos, los ferroviarios y los trabajadores del control aéreo.
Con los servicios de transporte urbano reducidos a casi nada y sin trenes, barcos o aviones y con manifestaciones en ambos días (en preparación de una manifestación nacional el 8 de junio después de un paro también nacional el 2 de junio) la Francia de los trabajadores se encamina hacia una huelga general “reconducible”, “indefinida”.
El gobierno reprime salvajemente, como en la refinería marsellesa de Fos sur Mer que desocupó tras dos horas de dura lucha con varios heridos, y prolonga el Estado de emergencia hasta julio con el pretexto ridículo de la seguridad para el Tour de France y la Copa europea de Fútbol. Marine Le Pen, por la extrema derecha, lo apoya y pide la prohibición de todas las manifestaciones.
El gobierno y la derecha no vacilan así en suprimir las libertades de informar, de hacer huelgas, de manifestar, de ocupar el terreno público. Incluso el primero, con su ataque policial a los piquetes obreros que rodeaban las refinerías impidiendo la distribución de combustible, consiguió que los obreros de éstas las ocupasen y se declarasen en huelga, impidiendo así la producción de carburante.
El rechazo al proyecto de ley del trabajo sale así del terreno sindical y politizándose entra en el de la defensa de los derechos democráticos en el mismo momento en que François Hollande busca su reelección. El Partido Socialista se suicida y probablemente se romperá en cuanto estallen una huelga tras otra en esta estación turística y electoral. La unidad obrera es casi total y comienza a cimentarse la unidad obrero-estudiantil.
LA RESISTENCIA A LA FLEXIBILIZACION LABORAL FORTALECIO A LA CGT FRANCESA
Barricadas en las calles de París
Son escenarios que parecían olvidados en el tiempo: barricadas en las calles y manifestaciones obreras. El titular de la CGT, Philippe Martínez, se fotografió prendiendo fuego una fogata en las calles.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Más de 300 mil personas en las calles para exigir el retiro de la reforma laboral.
Philippe Martínez, el secretario general de la CGT, logró poner contra las cuerdas al primer ministro francés, Manuel Valls. Los bloqueos en la distribución de combustibles, en las refinerías, la huelga en las centrales nucleares y las 300 mil personas que salieron ayer a la calle para exigir el retiro de la ley sobre la reforma laboral son la obra social del dirigente cegetista. Aunque debieron ser medianamente aliados, Martínez y Valls son enemigos. Ambos son de origen español pero se enfrentan en el escenario francés con uno de ellos, Philippe Martínez, como principal eje de la oposición a las políticas de orientación liberal asumidas por el presidente François Hollande y el jefe del Ejecutivo. Los dos hombres representan además una transformación de sus distintas estructuras de poder. Valls es la llamada “izquierda reformista y moderna”, Martínez es la renovación de un sindicato que fue perdiendo respaldo en la clase trabajadora y que quedó herido luego de que el anterior secretario general tuviera que salir por la puerta de atrás cuando se descubrió que había gastado una fortuna para decorar su escritorio. En este combate hispano francés el jefe cegetista consiguió no sólo movilizar a la gente o acumular adhesiones significativas dentro del movimiento social sino, sobre todo, sembrar una fuerte confusión en el seno del gobierno. Aunque insistió en que no retiraría la reforma laboral, Manuel Valls dijo este jueves que podría haber eventuales “modificaciones” o “mejorías”, aunque sin cambiar por ello “el marco” de la ley, es decir, el ojo del ciclón concentrado en el artículo número dos de la ley de reforma. Hubo miembros del Ejecutivo que ahondaron en ese sentido. Michel Sapin, ministro de Finanzas, evocó un posible cambio de “rumbo” y otros dijeron todo lo contrario. Las protestas, al menos, desencadenaron una cacofonía en el seno del Ejecutivo además de las divisiones que la reforma provocó dentro de la izquierda socialista.
El conflicto social acarreó múltiples manifestaciones y perturbaciones en los ferrocarriles, los aeropuertos, los puertos, en el sector de los camioneros y en el de energía. Como en otras ocasiones, la violencia volvió a marcar las manifestaciones en varias ciudades. La CGT sigue afirmando que no cesará su movimiento y que está lista para “bloquear el país” si fuera necesario. Fuerza Obrera, un sindicato que también se aunó a las protestas, ya no exige cambios cosméticos en la reforma sino simple y llanamente “que se retire”. La confrontación entre gobierno y sindicatos no se centra en todo el texto sino en el artículo número dos de la reforma. Este, por primera vez en la historia, cambia la jerarquía de la normativa. El artículo prevé que los acuerdos salariales pactados en el seno de la empresa estén por encima de los acuerdos negociados por los sindicatos según la rama profesional a la cual pertenece el empleado. Ello, para los sindicatos, deja sin defensa a los trabajadores, los cuales se encuentran así en las manos de la empresa que puede decidir a su antojo porque la ley no la obliga a referirse a las negociaciones oficiales. Fiel a su narrativa, el jefe del Gobierno ha puesto a los sindicatos y a los huelguistas del lado oscuro de la historia, tal como lo ha hecho con la izquierda que aún tiene hondas inclinaciones sociales y a la cual retrata como pasada de moda. Valls acusa a los sindicatos de congelar la evolución y de llevar a Francia a una suerte de muerte cuya semilla son “sus aspectos conservadores”. En el lenguaje de Manuel Valls, conservador no es alguien de derecha sino quienes rehúsan que se les saquen los derechos sociales conquistados.
Philippe Martínez volvió a instalar en la calle un escenario que la tecno modernidad había casi borrado de la vida francesa:el manifestante con antorchas en la mano, los carteles en defensa de la clase trabajadora, las calles alteradas por la confrontación con la policía, las pancartas irónicas y combativas, y, también, lo imprevisible:cuando todo parecía languidecer en la aceptación de la reforma, seis franceses de cada diez dicen que no, que la oposición a la reforma laboral es plenamente “justificada”. La fuerza que fue cobrando la rebelión social dejó en la sombra al movimiento NuitDebout que nació justamente con las primeras manifestaciones contra la ley. No por nada la prensa de derecha bautizó a Philippe Martínez con el apodo de “Mister Niet”. El líder cegetista desafió al gobierno en la calle, un terreno que parecía tragado por la historia. El mismo se escenifica allí cuando se hace fotografiar prendiendo una fogata en una barricada. 5 de las 8 refinerías del país trabajan en cámara lenta mientras que 16 de las 19 centrales de Francia aplicaron la consigna de paros parciales. En el aeropuerto de Orly, 15% de los vuelos fueron anulados o sufrieron perturbaciones al tiempo que en los transportes públicos, Metros o ferrocarriles, hubo atrasos leves. Al Ejecutivo le salió un conflicto en la calle que no esperaba. La CGT armó un contra fuego que se va tornando más denso con el correr de los días y las necesidades de cada antagonista: para la CGT se trata de restaurar la palabra sindical, para el gobierno terminar de implementar una medida que los medios más liberales de la Comisión Europea le vienen exigiendo a Francia desde hace mucho. Ambas partes se juegan el todo por el todo.En sus mejores tiempos, la CGT supo contar con más de tres millones de afiliados. Hoy le quedan 600 mil. A François Hollande le falta un año de mandato. El tiempo corre en contra de ambos. Una imagen de los manifestantes resume perfectamente la situación. Unos jóvenes salieron a la calle con un cartel donde aparece el Primer Ministro Manuel Valls con la punta de una manguera de distribución de combustible en la sien. Un letrero dice:”si tocas a nuestros derechos, apoyamos en el gatillo”.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/
Francia: ¡Qué olor a años 30!
Guillermo Almeyra
En 1937-38, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, tenía yo nueve años y mis recuerdos de esa Francia de preguerra son tan nítidos como mi visión de lo que veo hoy en y desde Marsella. De ahí el inquietante sentimiento de déjà vu que tengo todos los días.
En efecto, el peso de una derecha feroz, que nada aprendió de la historia francesa y mundial desde 1789, se refleja en los diarios (que simulan ser sólo conservadores o liberales ), en el revanchismo insaciable de las reivindicaciones de los empresarios y patrones, en el abyecto servilismo ante ellos de los mal llamados socialistas y, por supuesto, en el crecimiento de una informe masa xenófoba, clerical-fascista. La juventud y los desocupados y nunca ocupados, como en los 30, se dividen por su parte entre el apoyo a una izquierda radicalizada, pero no anticapitalista, y el sostén al lepenismo patriotero, chovinista y racista.
La diferencia principal con los años 30 es que la unidad de los trabajadores desapareció, pues un tercio de ellos son hoy de otro origen, otro color, otra lengua, otra cultura, otra religión que los obreros franceses de antaño, que eran blancos, ateos y anticapitalistas y que, además, los trabajadores en su mayoría no están hoy sindicalizados, no tienen partidos que consideren propios y están políticamente muy alejados de los pequeños grupos revolucionarios partidarios de la autogestión e internacionalistas.
Los obreros socialistas y comunistas, pasando por sobre sus direcciones, se unieron en 1934 en las calles de París para aplastar una intentona del grupo militarizado de los Croix de Feu clerical-fascistas e impusieron el triunfo del gobierno del Frente Popular en 1936. Hoy, en cambio, el decrépito régimen de la República burguesa, sus dirigentes como Hollande o Sarkozy y sus instituciones, así como la Europa unida de los bancos y del capital están totalmente desprestigiados. Ni siquiera aparece el deseo masivo de superarlos por la izquierda, hacia el socialismo o como quiera llamarse un gobierno obrero; por el contrario, existe el peligro del retorno a un autoritarismo duro, clerical como el de Vichy, ultraconservador como el de De Gaulle, colonialista como el de la Tercera República, o sea, de una mayoría lepenista en las elecciones presidenciales y en las instituciones.
Repetimos: no hay socialismo sin República pero no hay República sin socialistas y hoy, en Francia, éstos son una especie rara.
El movimiento Debout la Nuit es, por definición, una protesta minoritaria contra el sistema capitalista y el gobierno de Hollande-Valls compuesta por aquellos que pueden reunirse para discutir toda la noche. No penetra sino marginalmente en los suburbios. Allí la juventud sufre más la influencia de un vago apoliticismo anárquico sin ideas ni propuestas o, peor aún, de las tendencias religiosas radicales del islamismo. Éstas esconden en realidad un antimperialismo y anticapitalismo reaccionarios, orientados hacia el pasado y, a diferencia de lo que sucedió durante la lucha por la independencia argelina en los 50, en la juventud árabe actual en Francia no hay tendencias revolucionarias anticapitalistas, ni en el campo obrero ni en el estudiantil.
La derecha racista y xenófoba, por su parte, cosecha hoy el chovinismo sembrado por las autoridades municipales comunistas que en los 60-70 discriminaban a los extranjeros o por el Partido Comunista que llamaba a rechazar los productos de otros países limítrofes, para mantener la ocupación en Francia exportando la desocupación a los obreros del vecino. El glorioso internacionalismo de la izquierda de los jacobinos o de la Comuna de París parece hoy cosa de un mundo muy lejano.
Sin embargo, las consecuencias de la política de la derecha socialista-hollandista en el poder se hacen sentir indiscriminadamente y golpean por igual tanto a los seguidores de la derecha lepenista como a los que votaron por la izquierda. El lepenismo, por otra parte, recoge más un sentimiento de repudio a los de arriba , o sea una protesta primitiva, que una teorización autárquica y nacionalista, es decir, la aceptación de un programa que haría a Francia aún más dependiente de Estados Unidos. Hay espacio, en parte, por tanto, para evitar la repetición empeorada de la salida reaccionaria de los años 30 dando una batalla programática, con movilizaciones y medios didácticos creativos y unificadores.
La izquierda anticapitalista, por el contrario, prefiere cocinarse en su propio jugo. Se apropia, es cierto, del espacio público y en calles y plazas disputa en germen el poder al Estado, pero las convierte en un gran salón de clases lo cual es importante, pero insuficiente. No lleva ni películas, ni teatro, ni marionetas, ni conciertos ni charlas educativas a los lugares donde están los candidatos a votar por la derecha. Hace años, demasiados, Touchez pas mon pote! (no toquen a mi amigo, o sea, a los de otro color o extranjeros) fue su último intento de iniciativa cultural-política.
La batalla en las fábricas y en los sindicatos es importante, pero allí no está toda la clase trabajadora, ni siquiera su mayoría. Es necesario llegar también a los trabajadores en el territorio, hablarles en su lengua, internacionalizar a los militantes internacionalistas, llevarlos allí donde están los jóvenes desorganizados. El éxito que tuvo en su momento Olivier Besancenot, candidato presidencial del NPA, reside en parte en que se podía discutir con el cartero que te traía la correspondencia y era un hombre de carne y hueso, no sólo un militante.
En política no cuentan sólo las posiciones correctas, sino también influyen los símbolos. En resumen, si se quiere evitar el triunfo electoral de Marine Le Pen hay que enfrentarla con una izquierda anticapitalista que, aunque sea minoritaria, tenga vocación de poder a escala nacional y eduque en una visión internacional de lo que será el próximo periodo.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/05/08/opinion/015a2pol